Cehegín y sus años de capitalidad

En otros sitios hemos recordado que fue Cehegín y su estilo de vino quienes capitanearon la industria vinícola en la comarca durante siglos hasta que la filoxera arruinó las vegas de sus ríos donde crecían las cepas.

Juan Bautista Vilar en su obra “Cehegín, Señorío Santiaguista de los Borbón-Parma» (1985), págs. 78 y ss., nos acerca a un período trascendental de la industria del vino en la villa, la que coincide con el señorío de la familia Borbón-Parma, de los años 1741 a 1856, desde el siglo de oro hasta los años anteriores al boom vitícola generado por la crisis del sector en Francia.

Parte este autor de los datos de producción de uva ofrecidos por el Catastro de Ensenada (1755) para poner de manifiesto cómo de las 6.601 fanegas de regadío (las mejores tierras del municipio) la nada despreciable cifra de 4.152 de ellas eran destinadas al cultivo de la vid, mientras que únicamente 54 fanegas del secano ocupaban la viña del total 6.075 fanegas existentes.

Sólo la mitad de la producción de vino en 1805 era destinado al consumo de la localidad, comercializándose el resto de la producción fuera de la comarca, según señala Juan Bautista Vilar a partir del documento «Cuaderno para anotar el producto de los mrs. mandados exigir en cada cuartillo de vino. Año 1805 s.f.«, AHPM. Hacienda. leg. 1.166

El Padre Ortega, en su Descripción de Cehegín, hacia 1760, señalaba que Cehegín contaba con una abundantísima cosecha de vino, de modo que está reputada su bodega como la mayor del Reyno de Murcia, aunque sus vinos por la abundancia del riego tienen poca fuerza.

El noroeste tenía en esas fechas una reconocida fama de comarca vinatera lo que había llevado al Concejo de Murcia, en sus Ordenanzas de 1695, a proteger a los cosecheros locales prohibiendo la entrada de vino de Caravaca, Cehegín, Moratalla, Mula o de otras partes, desde el día de todos los santos hasta el último día de abril.

El siglo XIX trajo una reconversión del sector motivado por la pérdida de la competitividad del producto ocasionada por la liberalización del sistema económico, con pérdida de los privilegios y exenciones seculares en favor de la misma, que conllevó la aprobación del Real Decreto extinguiendo las hermandades, gremios y Montepíos de viñeros, y dejando en libertad la circulación, compra y venta de vinos. 25 de febrero de 1834 (Madrid).

Otros productos pasaron a sustituir el cultivo de la viña, si bien esta industria siguió manteniendo cierta pujanza, lo que llevaría a  Sebastián Miñano a señalar en 1.829  que la cosecha de vino era tan grande que, además de surtir a las fábricas de aguardiente, se exportaban sus caldos a Lorca y a otros sitios al pie de 100.000 arrobas anualesDiccionario geográfico-estadístico de España y Portugal«), e igualmente a Pascual Madoz a reconocer las bodegas Cehegín entre las principales de la provincia, en el Tomo VI de su Diccionario Geográfico, pág. 291.

Desde el siglo XVIII seguían perviviendo las destilerías de aguardiente en la localidad. Si Cuatro eran las fábricas de aguardiente en 1755 (Catastro de Ensenada), en el primer tercio del siglo XIX habían pasado a ser Siete los fabricantes de aguardiente en Cehegín según el padrón del vecindario de 1828 (Archivo Municipal de Cehegín citado por Gregorio Sánchez Romero en «Revolución y Reacción en el Noroeste de la Región de Murcia (1808-1833)«, pág. 38), subiendo a nueve a mediados del siglo XIX cuando Pascual Madoz publica su Diccionario Geográfico.

Según señala Juan Bautista Vilar, en las págs. 91 y 92, op. cit., en el año 1755 las bodegas y destilarías de aguardiente se situaban a las afueras de la villa.

Asimismo, destacaba en Cehegín una industria auxiliar cómo era la de los fabricantes de tinajas. Ya en 1755 el Catastro de Ensenada señala que había en la villa dos fabricantes de tinajas. En 1.829 el “Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal” de Sebastián Miñano llega a indicar que la capacidad de algunas tinajas era desmedida, pasando de 300 arrobas de 32 libras y cada una de éstas de 16 onzas. La calidad del barro era tal que sobre mantener el vino fresco no le deja filtrarse una gota, siendo además tan lustroso que parece barnizado.

Esta industria parece haber llegado hasta finales del siglo XIX pues el estudio realizado en la Bodega de la Casilla de Bullas (actual museo del vino) pone de manifiesto que en una reforma de principios del siglo XX las tinajas introducidas eran orginarias de Villarrobledo (Sellos y marcas de alfarero en las tinajas del Museo del Vino de Bullas. Alfredo Porrúa Martínez. 2012)

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