Los pellejos de vino

Evocaba Jose María Alcázar Pastor, en su «Vademecum sobre Cehegín» (2.002), a los arrieros conduciendo la hilera de mulas cargadas de pellejos de vino por caminos pedregosos con destino a las torres defensivas de las playas de Lorca en pleno siglo XVI. Transportaban el vino desde la bodega de la Casa del Regidor de Valdelpino en el Valle de Lavia.

Parecemos haber olvidado que durante siglos fueron los odres (conocidos como pellejos o borrachas) el recipiente en el que se transportaba y conservaba el vino del noroeste. En las tabernas se amontonaban los pellejos y el vino se servía a los clientes directamente desde ellos.

Tampoco debemos olvidar las botas de menor tamaño y en forma de pera que acompañaban a viajeros y labradores en su quehacer diario. Las botas eran nuestras botellas de cristal, pero también la copa en la que bebíamos el vino. La bota es sin duda un recipiente para contener el vino con grandes ventajas, que nos recuerda a sistemas modernos como el bag-in-box, pues permitía su conservación de una forma más idónea que la botella con sólo expulsar el aire de la misma y taparla para impedir su contacto con el vino.

Si las botas principalmente eran hechas con piel de cabritos, para los pellejos se recurría a la piel de cerdo en nuestra comarca (aunque no son de extrañar algunos con piel de buey).

Quizás hayan sido los historiadores británicos quienes con mayor acierto han sabido rescatar el pasado del papel jugado por botas y pellejos en nuestro devenir histórico. Según nos recuerda el Manual para viajeros por España y lectores en casa, Vol I, pág. 55, de Richard Ford (2008), para hacer los pellejos se cosía la piel de los cerdos del revés dejando la parte peluda en el interior tras haber sido untada con la pez (brea que se obtenía de la resina de los bosques de pino carrasco de la comarca) para impermeabilizar las pieles utilizadas. La pez y el cuero transmitían un sabor inconfundible al vino que caracterizaba a nivel mundial a los vinos españoles.

Hugh Johnson en su monumental Historia del Vino Mundial  (Une histoire mondiale du vin, págs. 424 y 425 (1989)) cita a Alexander Henderson para describir los vinos corrientes que bebían los españoles conservados en odres que comunicaban un sabor particular y desagradable, denominado olor de bota, que hacían del vino algo nauseabundo. Sin embargo, Hugh Johnson rechaza la idea de que las botas no fueran buenos y prácticos  recipientes para el vino, compartiendo únicamente las críticas sobre los pellejos de vino con sabor a resina y cuero.

Para 1756 en Caravaca de la Cruz existía un fabricante de pellejos para vino según refleja el Catastro de Ensenada.

No es hasta la década de 1850 cuando se inicia el declive de los pellejos en la comarca. En esta década hacen su aparición los comerciantes franceses y sus barricas de roble con que transportar el vino hasta los puertos de Alicante y Valencia. En pocos años los «bodegueros ilustrados» de nuestra comarca, entre los cuales destacan Jose María de Béjar, Francisco Melgares de Aguilar, Juan Tamayo, Martin Perea, Alfonso Chico de Guzmán, Cristóbal Marsilla, entre otros, acogerán con entusiasmo las nuevas técnicas de elaboración y harán entrar en sus bodegas subterráneas barricas y botellas de vidrio.

Todavía en 1877 sabemos a través de Vicente Sanjuán, Ingeniero Agrónomo Provincial, que en el noroeste se trasegaba el vino en los meses de diciembre y enero desde las tinajas de elaboración hasta las cuevas o bodegas en pellejos (“Estudio sobre la exposición vinícola nacional de 1877“, 1.878, pág. 454).

En las Respuestas al Interrogatorio sobre estadística de la producción vinícola en Bullas, Moratalla, Lorca, Cehegín y Caravaca (Legajo 85-5 en el Archivo Histórico del Ministerio de Agricultura en Madrid) desde Cehegín, Moratalla y Bullas nos informan que los trasiegos se hacían con pellejos, calderos y otros medios, utilizándose los pellejos y los toneles para el transporte del vino, dando mejor resultado los toneles, según Cehegín, Caravaca y Moratalla, y los pellejos según Bullas (quizás haya un error en esta respuesta). Desde Lorca nos señalan que los compradores eran los encargados de llevar hasta las bodegas los envases para transportar el vino, siendo éstos siempre pellejos.

En la parte final del siglo XIX comienza a florecer una nueva industria en los pueblos del noroeste. Los anuarios de comercio (esas «páginas amarillas» del momento) publicitan los negocios de toneleros y cuberos quienes sin duda alguna habrían de poner fin al uso de pellejos de vino.

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