Deconstruyendo el mito de la reconquista -II-

La descomposición de la Cora de Tudmir (Reino de Murcia) frente a la presión cristiana de los Reinos de Aragón y Castilla trajo consigo la ocupación militar de la comarca del noroeste murciano entre los años 1242/1243 y 1266 bajo un período de supuesto “protectorado” en el que se impulsó la repoblación cristiana de las poblaciones tomadas por la fuerza. La idea inicial de los nuevos gobernantes cristianos era mantener a la población musulmana para explotarla económicamente a la vez que se atraía pobladores cristianos que garantizaran el control político del territorio.

Dos instrumentos importantes para la repoblación era la concesión de fueros a las villas y el reparto de tierras entre sus nuevos pobladores. Gracias a estos instrumentos podemos analizar (quizás más bien imaginariamente) lo que habría de ser esa pretendida reconstrucción vitícola del noroeste desde los tiempos del viñedo en época visigoda.

No debemos olvidar que los fueros llevaban consigo obligaciones de plantación de viñas en las tierras repartidas, así cómo una serie de normas de gestión del cultivo de la vid y la producción de vino de estas poblaciones. Además los “Repartimentos” se hacían sobre catálogos de tierras ya destinadas a cultivo por sus anteriores propietarios con lo cual podemos conocer cuales eran los pagos vitícolas del momento.

Sin embargo, este florecer vitícola que esperaba al noroeste distaba mucho de la realidad histórica que finalmente acabó imponiéndose.

Tras el fin de la rebelión musulmana en el año 1266 los nuevos poderes cristianos se apropian totalmente de las tierras de las comunidades musulmanas. Esta transferencia de bienes hacia los conquistadores y repobladores fomentó el éxodo mudéjar hacia Granada y el Norte de África,  lo que se tradujo en el abandono de alquerías rurales, comunidades de aldea e, incluso, de villas importantes (entre 1250 y 1300). Fue muy importante la desaparición de multitud de alquerías rurales que sotenían la producción agraria en el entorno de las ciudades y, sobre todo, la despoblación de las aldeas que habían mantenido un tupido poblamiento rural por toda la comarca desde fines del siglo X, habían llevado los cultivos a sus límites ecológicos máximos y que, a partir de ahora, comenzaron a ser abandonadas en un un proceso algo más lento que no concluyó hasta mediados del siglo XIV.

Un territorio bien poblado, con centros comarcales bien desarrollados desde el punto de vista económico y que servían de nexo entre los mercados urbanos y las comunidades rurales fue sustituido en pocas décadas por amplias comarcas vacías, tierras abandonadas y escasos núcleos de población agrupada dentro de las murallas. Como nos recuerda Rodríguez Llopis, no debemos buscar tanto la causa en la inseguridad militar de la frontera sino en la despoblación musulmana del territorio tras la fracasada rebelión mudéjar. El exilio musulmán fue simultáneo a la llegada de repobladores cristianos pero en una proporción muy inferior, convirtiendo a la comarca en un desierto humano de forma brutal y dura, especialmente en las tierras altas de Lorca. Las localidades de Aledo, Moratalla, Caravaca, Cehegín y Bullas fueron abandonadas por sus pobladores musulmanes finalizando ya el siglo XIII, si bien en Moratalla gran número de aldeas perduraron hasta bien entrado el siglo XIV.

El noroeste, al igual que el resto del reino de murcia en poder de la corona de castilla, no atrae población cristiana por la amenaza de la frontera militar. Es por ello que se llama a las Órdenes Militares para defender el noroeste (el Temple recibe Caravaca, Cehegin y Bullas; el Hospital Calasparra y la Orden de Santiago Moratalla, Cieza, Ricote y Aledo, más la herencia del temple desde 1344), Mula y Lorca quedan como Concejos de Realengo. Los pueblos abandonados por señores y habitantes son cedidos a las órdenes o a los municipios.
Por su parte, Enrique Perez de Arana recibió los señoríos de Ricote y Pliego a finales del siglo XIII.

En pocos años el noroeste queda repartido entre señoríos y encomiendas religiosas, y unos pocos lugares de realengo. Dentro de estos territorios también existe un reconocimiento jurídico de los concejos municipales beneficiados con unos fueros.

Nuestra comarca es un archipiélago de castillos perdidos en el monte que dominan ruinas de casas o construcciones agrícolas  o pequeños burgos adosados a una fortaleza en una pendiente como Lorca, Mula y Caravaca, apenas hay mudéjares en las huertas del noroeste o en algún núcleo como Pliego o Benízar, si bien se observa una mayor tendencia a la vinculación de la población mudéjar a los sectores señorializados.

Avanzan los años del siglo XIV y las epidemias de peste asolan este mundo despoblado en crisis estructural lo que todavía merma aún más a una débil población con bajos índices demográficos.
Los brotes de peste se produjeron en los años 1348-1349, 1372, 1379-1380 y 1395-1396 provocando un gran número de defunciones lo cual suponía una disminución de la mano de obra que repercutía sobre las cosechas y sobre la oferta de productos, encareciendo los alimentos y originando problemas graves de abastecimiento durante los años siguientes. Por ello, a los años de epidemia le sucedieron crisis agrarias y años de hambre que volvieron a reproducir nuevas crisis de mortalidad, que contribuían a aumentar el vacío poblacional que sufría el reino.

La peste hizo estragos por doquier y extensas comarcas quedaron deshabitadas durante los años siguientes, como ocurrió con Caravaca y Cehegín, que aún permanecían despobladas en 1352.
A esto debemos sumar los saqueos granadinos en los campos de Moratalla hacia 1350 y en los de Caravaca en 1393, con la obtención de cuantioso botín en hombres y ganado; así cómo la guerra civil finisecular que enfrenta a la nobleza murciana.

Las epidemias y la inseguridad convirtieron al noroeste en el siglo XIV en un territorio periférico, deshabitado e inseguro. Desaprecieron las pocas aldeas y alquerías rurales que áun quedaban, surgiendo grandes espacios abandonados al hombre; se frenaron las corrientes repobladores, por lo que los despoblados proliferaron por doquier, se despoblaron Bullas, Priego, Benízar y Calasparra. Sobrevivieron las villas amuralladas con guarnición militar, pasando algunas como Chegín y Caravaca períodos críticos en las que estuvieron deshabitadas.

El inicio del siglo XV marca un resurgir, tras la peste de 1395 en que se toca fondo. Se aprueban cartas de repoblamiento (cartas-pueblas, ordenanzas y repartimentos) en Calasparra en 1412-1414 por parte de la Orden de San Juan de Jerusalen (R. Serra Ruiz “Ordenanzas y repartimento de Calasparra (1412-1414)”, Estudios de historia de Murcia, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1981, p. 137-184); el comendador Gonzalo Fajardo reparte las tierras del pago de Ulea en Moratalla en los años 1430 y ante el incremento poblacional en Cehegín la Orden de Santiago dona a esta villa los despoblados términos de Bullas en 1445 para que pudiera contar con tierras de cultivo ante la afluencia de inmigrantes (AHN, Sección de Ordenes, Toledo, Legajo 23320). Se observa una corriente de inmigración desde los pueblos manchegos, así cómo desde las tierras de la corona de Aragon (que también incluye a mudéjares).

La comarca gana en seguridad, tras la conquista de Huéscar en 1434, a pesar de las incursiones militares granadinas en el noroeste, como en Mula y Caravaca en 1407.

La pérdida de Huescar a mediados del siglo XV supuso el retorno de la inseguridad general a toda la comarca, reactivado por las incursiones granadinas y por las luchas de la nobleza regional, cuyas consecuencias para la economía y para el poblamiento fueron trágicas. La estabilidad del poblamiento en las villas amuralladas comenzó a peligrar; el ejemplo más significativo lo constituye Cieza, que fue saqueda y despoblada por dos veces, en 1448 y en 1477, pero también la incursión de las tropas granadinas de 1479 desde Moratalla hasta Calasparra. Las cabalgadas granadinas y la guerra civil llevaban la destrucción de los cultivos y casas por los diferentes bandos, ya fueran poblaciones mudéjares o cristianas, que llevaraon la despoblación y repoblación de diferentes villas. En 1450 los habitantes mudéjares de Pliego la abandona y se marchan a Granada.

Con este caótico panorama, una crisis generalizada se extendió por todo el reino frenando todos los procesos expansivos de décadas atrás. Además otros factores agudizaron todavía más la crisis. Varias epidemias de peste se sucedieron en los años 1412, 1450 y 1468, entre otros, que supusieron un freno al crecimiento demográfico.

La frontera granadina, las guerras internas, epidemias e inundaciones, cuando no sequías y algunos otros factores propiciadores de crisis agrarias y de mortalidad extraordinaria, confluyeron en el reino durante las décadas centrales del siglo XV para recrear el panorama desolador de destrucción periódica con efectos negativos sobre la economía regional.

 

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