Breve historia del aguardiente en Bullas (I)

Apenas quedan recuerdos en las calles de Bullas de una industria que dio grandes reconocimientos a la villa en el pasado. Si preguntas a los más mayores muchos te hablarán de la alcoholera de los “Martínez” al final del Camino Real y puede que alguno recuerde todavía sus travesuras junto a la acequia donde había tubo de agua que salía de la Cooperativa Alcoholera junto a la Plaza Carreños. Poco más conseguiremos en nuestro paseo de aquellos exquisitos anises.

La producción de alcoholes vínicos en el noroeste murciano cuenta con una larga historia ligada en muchas ocasiones a la necesidad de encabezar los vinos para garantizar su conservación tanto en aquellos que iban a ser destinados a la exportación, cómo a los destinados a ser consumidos meses más tarde.

Pero no debemos olvidar que los aguardientes (anís principalmente) siempre gozaron de una gran calidad con el consiguiente reconocimiento en diversas muestras internacionales.

La vendimia de 1.772 y el nacimiento de la industria.

El siglo XVIII supone una época dorada para la viticultura en la comarca del noroeste murciano. Las viñas se extendían por las huertas de Cehegín, Bullas, Moratalla, Mula, Calasparra, Ricote, Caravaca, Pliego o el campo de Lorca. Abundaban las bodegas de tinajas en los sótanos de las casas. Los pellejos con vinos del Carrascalejo llegaban hasta el puerto de Alicante para ser embarcados con destino a Francia.

El excedente de vino de la vendimia de 1.772 obligó a los cosecheros de Bullas en 1.773 a tomar la decisión de instalar fábricas de aguardiente donde quemar el vino, así nos lo recuerda el Interrogatorio sobre “el estado de la Agricultura, Artes y población” de la villa del año 1803. Este dato parece confirmarse si atendemos al Registro de Industrias de 1694 y al Catastro de Ensenada de 1755 donde no se cita en Bullas la existencia de ninguna fábrica.

Sin embargo, ya en el año 1788 el Registro de Industrias de Bullas indica la existencia de tres fábricas de aguardiente que pasan a ser dos en el propio Interrogatorio de 1803, número que iría aumentando a lo largo del siglo XIX conforme se acrecentaba la producción alcoholera y su prestigio.

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