Los Vinos de Bullas (1979)

Es elogiable y esperanzador que los pueblos de España no permanezcan anclados en el tiempo y evolucionen paralelamente a las exigencias que la ley de la vida impone con ritmo acelerado. A este propósito recuerdan las gentes de Bullas que hace tan sólo veinticinco años obtenían sus vinos por el tradicional sistema de pisar las uvas con las clásicas albergas, y no había casa, grande o chica, que no dispusiera de una bodega para almacenar los mostos procedentes de sus viñedos.

Afortunadamente esa riqueza que atesoran los campos bullenses tiene hoy un aprovechamiento más funcional y tecniflcado; no obstante, sus renombrados caldos alcanzan unas calidadas encomiables, superiores, desde luego, a los de hace un cuarto de siglo.

La extensión que ocupan los viñedos de Bullas no se puedo comparar con los cultivados en Yecla y Jumilla. En estas dos comarcas el cuasl-monocultivo de la vid aumienta día a día, en la misma medida que se acrecienta el prestigio de sus vinos, consecuencia  lógica y normal de una política de racionalización inteligente que ha tenido su principal soporte en la tecnificación de los métodos de elaboración.

Pero Bullas, a una cadencia que armoniza con el carácter sosegado y tranquilo de sus gentes, ha avanzado también por el camino del progreso, aunque, eso sí, más despaciadamente. Los nativos, que tienen a gala llamar a su pueblo con el eslogan: «Bullas, madre del vino» —pues, afirman, que el producido por ellos mejora notablemente a los de otras procedencias—, se mantienen expectantes y confiados ante el futuro, ya que teniendo una materia prima excelente, nunca faltarán compradores.

Sin embargo, el viejo refrán antipublicitario que dice: «El buen paño en el arca se vende» solamente a medias es cierto. La sociedad de consumo, absorbente y radical en sus estructuras inducaida por el impacto de una propaganda inteligente, se deja influenciar en sus tendencias, sean económicas o políticas, como nunca aconteciera en la historia de la humanidad, exigiendo a los hombres del agro olviden las viejas tradiciones y acepten el reto del entorno en que viven, pues, quiérase o no, de él dependen.

Cuando un 28 de marzo de 1958, 341 agricultores de Bullas, registraban los estatutos de la cooperativa Nuestra Señora del Rosario, no sólo afirmaban un acto de fe y solidaridad profesional, sino que estaban sentando las bases de algo muy importante que trascendía lo local para insertarse en la dinámica de las producciones vitivinícolas nacionales, el elevar esa riqueza de las cepas centenarias de sus campos a la categoría que se merecían.

La marcha de esa institución de carácter cooperador ha tenido un caminar atemperado a los rasgos de este pueblo que no pierde la serenidad. Quizá pudo imprimírsele otra forma de actuar. Personalmente pienso, tras conocer a algunos de sus protagonistas, que han acompasado el ritmo con señorío negligente y deliberado, como corresponde al talante de unas gentes que no sienten prisa en llegar, porque están seguros de que nlngún obstáculo se lo impedirá.

«Vísteme despacio que tengo prisa», sentencia el viejo adagio castellano, que es toda una lección de compostura y bien hacer. Y ésa parece ser te consigna de estos agricultores bullenses, que miden sus inversiones cautelosamente y desean avanzar con paso firme, huyendo de alegrías incompatibles con los hombrea curtidos en el duro yunque del trabajo de la tierra y de sus invlernos, a veces rigurosos, que contribuyen a fortalecer el virtuosismo de sus viñedos.

Al preguntarles por su producción informan que alcanza casi las 5.000 toneladas de uva cada temporada. Disponen de una planta embotelladora, moderna y eficiente, que les permite hacer acto de presencia en el mercado de los vinos con la autoridad de un prestigio bien ganado. Por el momento sólo hacen el tinto, aspirando a ampliar la gama de elaborados, que se hallen en linea de unas calidades idóneas, tan pronto como las circunstancias económicas lo permitan.

Y como rubricando esta suerte de antología  báquica, tienen los campos de Bullas los viñedos de la finca «Carrascalejo», que produce unos caldos que tienen calidad suficiente para refrendar una marca, que goza de un renombre bien ganado en la perseverante dedicación de unos cuidados que la preservan del deterioro.

Pero a Bullas y sus vinos les falta algo muy importante de estos tiempos de exigencias impuestas por la sociedad de consumo, y es la denominación de origen. Cierto que el montaje requiere ampliar la zona de viñedos, pero cuando se ha comprobado que uvas procedentes de diversas diputaciones del campo de Lorca y de los pueblos colindantes, reúnen unas características similares a las producidas en Bullas, uno piensa que sólo falta el empuje de un grupo de hombres para lograrlo, poniendo así un broche brillante a sus esfuerzos y afanes.

Artículo de José Sánchez Manzanares aparecido en el diario «Hoja del Lunes» en su edición de 15 de enero de 1.979.

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