Deconstruyendo el mito de la reconquista -III-

Enfrentarse a la historia económico-social del noroeste en la Baja Edad Media (siglos XIII-XV) para tratar de comprender el desarrollo vitivinícola de nuestra tierra es introducirse en un período marcado por una fuerte despoblación en la comarca motivada por la huída al reino nazarí y al norte de áfrica de los habitantes históricos (de religión musulmana) y el fracaso inicial de la repoblación castellano/aragonesa ante la inseguridad generalizada.

En esta época las tierras del noroeste murciano se ven sometidas a los conceptos de periferia y feudalismo. Periferia, no sólo en relación a la economía castellana, sino también en relación a la incipiente economía del Reino de Murcia, caracterizan a una economía campesina centrada en la propia subsistencia, pero también un comercio de los excedentes.

El noroeste queda repartido entre señoríos y encomiendas civil/religiosas, apenas sitios de realengo, aunque sí reconocimiento de los concejos y otorgamiento de fueros lo que limita el régimen señorial. La organización señorial se basa en el estatuto de la tierra y la renta feudal como toda sociedad de base agraria (renta señorial, diezmo eclesiástico, tasas municipales en sus monopolios, etc.).
Frente a una comarca bien poblada y explotada agrícolamente integrada en los circuitos comerciales del mundo árabe la reconquista castellana (1243-1266) trae consigo la imposición del feudalismo y la condición periférica en unas tierras vacías de población con pueblos y alquerías abandonados dentro de una frontera militar.

Desaparecen las estructuras preexistentes y se vacía bruscamente de población (entre 1250 y 1300) para convertirse en un desierto humano de forma brutal y dura. En toda economía preindustrial, la densidad humana está esencialmente en función de la intensidad de la explotación agraria, según nos recuerdad María Teresa Pérez Picazo y Guy Lemeunier, El proceso de modernización de la Región Murciana (siglos XVI-XIX), pág. 34 (1984).

En este momento inicial las zonas agrícolas se limitaban a una estrecha franja de regadío en torno al castillo o núcleo de población fortificado. La organización económica se orientaba hacia la autosuficiencia: guarniciones protegen a los campesinos y a cambio ellos trabajan para satisfacer sus propias necesidades y las de la clase militar, más los impuestos reales. Así las huertas de la época se consagran esencialmente a los cereales, a la vid y a las plantas textiles (J. Torres Fontes, “Los cultivos murcianos en el siglo XV” en Murgentana, 37, 1971, p. 89-96 y “Cultivos medievales murcianos: el arroz y sus problemas”, en Murgentana, 38, 1972, p. 33-51).

La recesión demográfica revalorizó el papel de los campesinos como productores directos de ahí que las comunidades campesinas exigieran mejoras sociales y económicas frente a los señores. En este circunstancia está la explicación de que los pueblos santiaguistas obtuvieran exenciones fiscales para propiciar la estabilidad demográfica.

La existencia de tierras incultas sin control institucional provocó la “presura” mediante la cual los campesinos se apropiaban de pequeñas superficies de terreno agrícola con sólo labrarlas como los derechos forales todavía les garantizaban.

La escasez de mano de obra encareció los salarios agrícolas, situó a los campesinos en una mejor posición ante los contratos agrarios y obligó a los propietarios a modificar sus estrategias en la explotación de sus haciendas. La sujeción del campesino a la tierra se consiguió a través de la enfiteusis, que otorgaba a la familia campesina la posesión de la tierra con amplios márgenes de decisión sobre las formas de explotación y de transmisión hereditaria, a cambio de asegurar una renta monetaria anual para el propietario.

Desde la segunda mitad del siglo XIV, la enfiteusis se difundió como contrato agrario ideal, al tiempo que algunos grupos urbanos acomodados comenzaron a constituir sus patrimonios con la compra de estas rentas censales. Es cierto que este tipo de contrato ya se realizaba desde la época de la conquista pero fue a partir de la segunda mitad del siglo XIV cuando se generalizó y cuando el campesino consiguió realizar los pagos en maravedíes y no en monedas de oro y plata, lo que dejó a estar rentas enfitéuticas sujetas a los procesos inflacionistas, en detrimentos de sus perceptores.

Sólo el campesinado mudéjar respondió positivamente al pago de una alta cantidad de renta exigidas para la explotación de las haciendas de los grupos privilegiados, así sucedió en 1380 cuando los Fajardo repoblaron la Puebla de Mula, comprada a Mula en 1373, concediendo ocho tahúllas de riego a cada familia a cambio de un censo, con la obligación de sembrar una de ellas con parras y 30 higueras, del pago de diezmos y otras rentas, entre las que se incluyeron dos días de trabajo al año en las propiedades de los Fajardo. El resto de intentos de repoblación con cristianos fracasaron por las duras condiciones que se imponían. La Orden de Santiago eximió a los mudéjares de Pliego del pago de monedas desde la década de 1380.

Por otro lado, el vacío demográfico provocó que extensiones de tierra quedaran incultas ampliándose los terrenos forestales y pastizales para los ganados lo que atrajo a las cabañas de ganado en el siglo XIV impulsadas por la nobleza regional como fuente de riqueza.

La economía murciana se adapta al pastoralismo incrementándose la crianza local de ovejas y cabras que emprenden migraciones por la comarca o reciben rebaños de otras comarcas limítrofes. Estos ganados entrarán en conflicto con los viticultores habilitándose prohibiciones de entrada en los viñedos del noroeste, Confirmación de la prohibición de entrada a las viñas del noroeste del ganado del Concejo de Murcia (1348).

Las epidemias de peste asolan este mundo despoblado en crisis estructural que todavía merma aún más a una débil población con bajos índices demográficos.

Durante el siglo XV se producen un conjunto de cambios y de coyunturas que permiten remontar la situación existente a fines del siglo XIV cuando la peste de 1395-1396 lleva al noroeste a tocar fondo. Tras el fin de la guerra civil finisecular con el gobierno pacificador de Alonso Yañez Fajardo II.

Entre 1412 y 1414, la Orden de San Juan de Jerusalen otorgó una cartas-puebla para la repoblación de su abandonado lugar de Calasparra con la que intentó atraer cincuenta familias de pobladores que quedaron reducidas a treinta y nueve, algunas de ellas procedentes de tierras manchegas, lo que corrobora que el crecimiento demográfico se producía por la presión ejercida desde los pueblos del interior. Aunque el reino estaba pacificado hubo que esperar al alejamiento de la frontera granadina para percibir signos más evidentes de prosperidad.

En 1434 se conquista Huéscar y posteriormente los dos Vélez y el valle de Almanzora. En esta situación favorable, Moratalla solicita a la Orden de Santiago la delimitación de sus respectivas dehesas boyales para los ganados de labor de sus vecinos, cuyo número aumentaba año tras año; por su parte, el incremento de la poblacional en Cehegín obligó a la misma Orden a donarle los despoblados términos de Bullas en 1445, para que pudieran contar con tierras de cultivo ante la afluencia de inmigrantes. Y muy probablemente el primer arrabal de Moratalla comienza a formarse en este período.

Pese a todo hemos de reconocer que si bien es cierto que hay más población no se produce un verdadero cambio en la relación hombre y espacio descrita anteriormente.

No sólo llegaron pobladores. Agentes económicos foráneos se interesaron cada vez más por el incremento de la demanda y por la reactivación económica que experimentaba el reino como consecuencia del desarrollo demográfico. La economía regional mantenía numerosos desequilibrios internos y presentaba una ausencia total de estructuras financieras que la sostuvieran, caracterizada como estaba por una autarquía deficitaria absoluta, de manera que las necesidades financieras de abastecimiento exterior propiciaron la llegada a la capital de factores y agentes económicos a la búsqueda de negocio.

El reino se abre al exterior ante la inexistencia de grupos financieros autóctonos que se arriesgaran más allá de los negocios tradicionales de arrendamientos de rentas, en los que estaban involucrados los judíos y algunos miembros del clero capitalino.

Durante la primera mitad del siglo XV observamos como el valor de los arrendamientos de las rentas se multiplica hasta un 300%, se ponen en marcha proyectos económicos, se reactivan actividades constructoras a iniciativa comunal e individual y empresas repobladoras, lo que demuestra el desarrollo económico que se experimentaba.

Pese a las periódicas incursiones militares granadinas en el noroeste, la comarca gana seguridad. Al ser menores los riesgos los agricultores labran más lejos de los recintos fortificados. Se observa una recuperación de los regadíos y su extensión hacia los límites de la época musulmana. La recuperación demográfica y agrícola favorece el régimen señorial.

La coyuntura propicia el desarrollo comercial con el aumento de la demanda local y la implantación de medidas proteccionistas por las autoridades locales.

En este período existe una diversidad étnica ante la pluralidad confesional, los cristianos pasan a ser mayoría, a lo largo del siglo XV la población mudéjar se recupera mientras las juderías de Mula y Lorca se ven diezmadas por las conversiones, iniciadas tras las leyes antisemitas de la década de 1410.

Pero todo acabó en 1447 cuando las tropas granadinas conquistan Huescar y los Vélez de manera simultánea a la guerra familiar abierta en el seno de la familia Fajardo tras la muerte del adelantado Alonso Yáñez. A la sostenida euforia económica vivida hasta entonces le siguió una auténtica pesadilla.

La superficie cultivada regresó a las proximidades de las murallas urbanas, perdiéndose el avance roturador de las décadas anteriores, como ocurrió en Caravaca y en Moratalla, donde se abandonaron las roturaciones del pago de Ulea. Las rutas de trashumancia se volvieron inseguras y se paralizó la llegada de rebaños foráneos. Los circuitos comerciales también se vieron afectados al quedar bloqueados debido a la inseguridad de los caminos y al descenso de la demanda urbana, hasta el punto de especializarse en los abastecimiento de cereales y materias primas para las grandes urbes dejando a las pequeñas villas al nivel del autoconsumo.

En fin, las rentas feudales descendieron cuantitativamente al descansar todas ellas sobre la producción agraria y la circulación mercantil, lo que incidió en el aumento de la tensión entre la nobleza regional para conseguir una redistribución de las fuentes de renta (señoríos, cargos y propiedades) ante la disminución de su rentabilidad.

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